Entró en mi casa. Sus encantos me desarmaron. Oh! Maldita muerte, que bella pareces pero que cruel eres. 

Me acerqué a ella. Sonrió con esa sonrisa tan única que tiene. Me miró a los ojos. Sentí un escalofrío recorrer toda mi espalda, de arriba a abajo. Amo esa sensación que provoca el estar cerca de la muerte. Miré al suelo intentando evitar su mirada, pero tomó mis mejillas con sus frías manos e hizo que nuestros ojos se encontrasen. Lentamente se acercó más a mi y rozó sus labios con los míos. El beso de la muerte. Ese beso del que nunca te podrás olvidar si consigues sobrevivir a él. Primero lento, luego más rápido y pasional. Ese beso hiela la sangre. 

Agarré a la muerte de la mano y la llevé a mi cuarto. Cerré la puerta y nos volvimos a mirar. Allí estábamos las dos solas otra vez. Caminé hacia ella, le susurré al oido cuanto la amaba y comencé a desnudarla. Le besé, la mordí, la probé hasta saciarme de ella. 

Y allí nos quedamos dormidas sobre mi cama. Desnudas bajo las sábanas. Abrazadas como si no hubiese un mañana. Aunque puede que para mi no lo halla, pero sé que la muerte me ama y por eso jamás se llevará mi alma.